Tres payasos, a cada cual más gracioso, hicieron subir la temperatura del recinto contando chistes y haciendo saltar la risa a cada palabra que pronunciaban o gesto que hacían. Con nombres tan chistosos como: "Bomboncito", "Rocotín" (guindilla muy picante) y "Mazamorrita" (postre de maicena y maíz morado), los artistas, con sus ocurrencias, se ganaron el cariño de los niños.
La algarabía aumentaba a medida que los críos se implicaban más en cada uno de los juegos que les proponían los payasos. La timidez inicial fué cediendo el paso a una gran complicidad entre unos y otros.
Los padres también se vieron envueltos en los juegos. Quedó comprobado que no hay edad para la diversión cuando se le ponen ganas. Está claro que ninguno se salvó de las bromas.
También hubo pequeños premios para los más aplicados. Para los demás, el premio consistió en hacernos pasar un momento de relax, olvidar los malos momentos y hacernos ver que hay otras maneras de mirar la vida.